En la era digital, la conspiranoia se ha convertido en un fenómeno sociocultural omnipresente. Desde teorías sobre la Tierra plana hasta las creencias en reptilianos o masones gobernando el mundo, el espectro de la conspiración parece haberse expandido exponencialmente. Sin embargo, ¿podría este fenómeno en sí mismo ser una conspiración? ¿Una estrategia diseñada para desacreditar el interés legítimo por cuestionar las verdades oficiales y el revisionismo histórico?
La creencia en conspiraciones no es nueva. Históricamente, las teorías conspirativas han surgido en momentos de incertidumbre política, social y económica. Pero en la era de la información, la velocidad y la amplitud con la que se difunden estas teorías han alcanzado nuevas cotas. Pero, ¿podría la sobreabundancia de teorías de conspiración más extravagantes estar siendo aprovechada para desacreditar cualquier forma de cuestionamiento?
La estrategia sería simple pero efectiva: al asociar el revisionismo y el cuestionamiento de las narrativas oficiales con teorías tan extremas como la creencia en la Tierra plana, se crea una especie de «reducción al absurdo». En otras palabras, al comparar cualquier intento de cuestionar la historia oficial con teorías claramente fantasiosas, se desacredita automáticamente cualquier intento de indagar más profundamente en la realidad de los hechos y en la verdad histórica.
Este fenómeno no solo desvía la atención de los temas importantes hacia los más extravagantes, sino que también desalienta activamente el pensamiento crítico y el escrutinio de las instituciones y narrativas establecidas. Al ridiculizar todo tipo de cuestionamiento como parte de la misma categoría que las teorías más absurdas, se crea un ambiente en el que cualquier desviación del discurso dominante es inmediatamente desestimada como conspiranoia.
Y, aunque probablemente esta situación no sea fruto de ningún conspiración premeditada, sí es aprovechada por los nuevos inquisidores de la moral postmoderna y del establishment academicista más sectario para tratar de expulsar del debate en los medios de cualquier postura o línea de investigación heterodoxa.
Seamos pues conscientes de esta dinámica y no caigamos en la trampa de la deslegitimación. El cuestionamiento de las narrativas oficiales y la búsqueda de la verdad histórica son fundamentales para una sociedad informada y libre. Debemos resistir la tentación de simplificar el debate y reconocer que detrás de la cortina de la burla a la conspiranoia puede haber un intento deliberado de silenciar voces disidentes y perpetuar el statu quo.
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